Ya sé que es un poco pronto para hablar de la Navidad. Pero ¿no comenzamos a inquietarnos todos, un poco, cuando vemos que ya están colocando los adornos en los centros comerciales?
Hace una semana iba paseando muy cerca de la playa; y al llegar al final... ¡Zas! Me encontré de bruces con un árbol gigante en plena construcción. Hacía tanto calor que tuve que entrar a comprarme una camiseta, porque no se podía ir en camisa... (pero bueno, eso es una cuestión geográfica que simplemente consigue desubicarme aún más cuando se trata de las, supuestamente, frías e invernales Navidades). El caso es que, como si se tratase de un pensamiento automático, varias de mis neuronas conectaron a gran velocidad hasta aparecer en mi cabeza "¡Dios! (nunca mejor dicho) ¡tengo que comenzar a pensar en los regalos!".
La verdad es que no puedo quejarme, porque a mí las Navidades me encantan; tengo muy pocos compromisos (o ninguno) y las paso con quien me apetece (siempre que puedo). Mis Navidades son más bien tranquilas: Vuelta a casa para cenar con mis padres, días de relax, reencuentro con las amigas, comida rica y abundante pero sin que me salga por las orejas y, a la vuelta, Noche de Reyes con los amigos.
Las únicas dos cosas que añoro son los adornos; mis padres siempre han sido reacios a poner florituras por la casa y aunque a veces hay algún detalle cutre, es más bien para reírse que otra cosa. Eso me ha hecho ser la amiga que corre a ayudarte a adornar el árbol como si de una fiesta nacional se tratase o que se va a buscar musgo para el Belén contigo en una fría mañana de diciembre. Y los villancicos cantados en familia; eso debe ser una trola que sale por la tele. Yo personalmente me compré un árbol gigante, el más grande que ví y una cinta de villancios, espantosa; pero como nunca paso las fiestas en mi casa se quedan en el trastero.
La otra es el buen rollito en fin de año, y no me refiero a salir de cotillón (que nunca me ha gustado), ni siquiera a salir. Para que os hagáis una idea, como le dije a mi madre el año pasado, tengo yo más fiesta celebrando el fin de año con mis gatos y brindando con cava con el tío de las campanadas que en casa de mis padres; donde mi madre se queda frita y mi padre está ausente porque trabaja siempre esa noche. Recuerdo que cuando era pequeña todos los años ponían la misma peli esa noche: "Siete novias para siete hermanos", me aficioné, claro. El año pasado, con tanta "marchuki" en el ambiente, me entró un ataque rapero después de las campanadas y me monté la fiesta sola mientras mi madre se partía de risa y me grababa con la cámara. En fin, corramos un tupido velo. En todo caso he de reconocer que mis fines de años, mejores o peores, originales son.
El caso es que a mucha gente que conozco no le gustan las Navidades; les ponen triste o les estresan; supongo que ambas cosas son consecuencia de estar solo o estar demasiado acompañado (es decir, que te toque alimentar a treinta y fregar luego todos los platos). También los malos rollos familiares; en estas fechas todo lo familiar, bueno o malo, sale a flote.
El año pasado a principios de diciembre me hice una escapadita al sur de la isla y me quedé en un hotel. Como en casi todos por aquí, la mayoría de los turistas eran alemanes. Al ir al comedor para desayunar me encuentro a un tío vestido de arzobispo o algo así y los guiris haciendo cola para tomarse fotos a su lado sonriendo felices ¿? Me quedé bastante flipada, la verdad. Los observé un rato desde mi mesa y al final no pude evitar acercarme al pobre hombre que le habían hecho disfrazarse con esas pintas (y al que al día siguiente volví a ver, ya con su uniforme, limpiando los pasillos).
- Perdona, ¿de qué vas vestido?
- De San Nicolás.
- ¿San Nicolás?
Me explicó que para los extranjeros era una festividad muy importante; pero ¡qué iba a relacionar yo aquellas pintas con nuestro Papa Noel importado de Estados Unidos!; y menos a principios de mes. Dicen que Coca Cola cogió el San Nicolás que más cercano le pareció para patrocinar su refresco en los años 30 y así se quedó con nosotros ese hombre gordiflón, de barba blanca, que siempre tiene ganas de soltar un par de carcajadas.
Investigando, resulta que San Nicolás tenía un ayudante que se llamaba "Pedrito el negro", sí; como lo escucháis, y que, como resultó gracioso, multiplicaron en muchos Pedritos... supongo que ese será el origen de los duendecillos que ayudan a Santa Claus. No se sabe si el hombre era moro o si se había llenado la cara de carbón; pues era él, y no nuestro gordito, el que se dejaba caer por las chimeneas.
De los Reyes Magos de Oriente hablaré en otro momento; sólo una pregunta al aire: ¿Por qué el favorito de la mayoría de los niños es Baltasar? supongo que porque es negro, diferente y cae simpático, ¿no? ¡quien sabe!; a lo mejor es familia de Pedrito.
Y volviendo a lo que me recordó aquel árbol junto a la playa, y a lo que realmente importa (al menos al Corte Inglés and company): ¡Dios, tengo que comenzar a pensar en los regalos!
La Navidad me gusta y me disgusta casi a partes iguales. Lo que me agobia es que cada vez nos la quieran meter más pronto por los ojos, joder, que estamos entrando ahora en Noviembre...
ResponderEliminarTienes razón; supongo que así nos recuerdan que tenemos que ahorrar... es broma. Me imagino que esos adornos gigantes que ponen llevan su tiempo y luego todo diciembre orientado al consumo navideño.
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